LORENZO SILVA: «LA LITERATURA NO BUSCA EL VOTO, NI SIQUIERA LA VENTA»

POR LIDIA SEÑARÍS                                            FOTOS: ADOLFO BARROSO

Un diálogo breve que realizamos inicialmente para nuestra querida revista Andalupaz, pero hemos querido adelantar aquí en nuestro hogar online, con uno de los nombres propios de la literatura contemporánea en España, cuya novela El mal de Corcira, no nos cansamos de recomendar a quienes deseen entender mejor el complejo fenómeno del terrorismo etarra y de su enfrentamiento, o simplemente, a quienes disfruten el iluminador acto de perderse entre las páginas de un buen libro.

Durante 25 años ha convertido en literatura la vida de los hombres y mujeres de la Guardia Civil. Lorenzo Silva (Madrid, 1966) es el creador de dos de los personajes más queridos de la novela negra española: el sargento (ya subteniente) Rubén Bevilacqua, alias Vila, y su fiel compañera, la guardia (hoy ya brigada) Virginia Chamorro.

Se trata de un entorno y un tema que Lorenzo Silva domina como pocos. En 2010 escribió Sereno en el peligro. La aventura histórica de la Guardia Civil (Premio Algaba de Ensayo), y en 2017 firmó, junto con el coronel Manuel Sánchez y el periodista Gonzalo Araluce, Sangre, sudor y paz. La Guardia Civil contra ETA.

También autor de excelentes novelas históricas (la más reciente, Castellano, editorial Planeta, 2021), Silva cuenta con lectores en múltiples geografías, pues sus libros han sido traducidos al ruso, francés, alemán, italiano, catalán, portugués, danés, checo, árabe, inglés, griego, búlgaro, rumano y chino.

Como tantos otros integrantes de la Benemérita, el subteniente Bevilacqua tuvo su bautismo juvenil en «el norte», en la lucha contra el terrorismo de ETA. Esa vivencia, mencionada más de una vez en novelas anteriores, encuentra por fin su historia en El mal de Corcira, publicada a mediados de 2020, en plena pandemia.

Andalupaz logró conversar brevemente en la distancia con Lorenzo Silva, pero el carácter semestral de nuestra revista nos dejó este diálogo en el tintero. Hoy, cuando El mal de Corcira va ya por su quinta edición, lo rescatamos, con el profundo agradecimiento de nuestra Asociación Andaluza Víctimas del Terrorismo por este homenaje literario a la abnegada lucha antiterrorista de la Guardia Civil que recomendamos con entusiasmo y admiración.

Pero vayamos «en corto y por derecho», como diría Bevilacqua. He aquí nuestro diálogo.

— Le ha costado diez novelas y un cuarto de siglo narrarnos las vivencias de un muy joven guardia civil de apellido Bevilacqua (también conocido como Vila y Gardelito) en la lucha antiterrorista en el País Vasco. ¿Por qué ahora?

Hay historias que no es bueno apresurarse a escribir. Historias que necesitan reposo, indagación, hondura. Contarlas de manera superficial sería casi faltar al mínimo decoro. También es bueno esperar a que una historia esté conclusa para contarla. He necesitado ese cuarto de siglo para conocer todos los detalles que necesitaba, y tener de cada uno de ellos una visión de la que yo mismo pudiera fiarme. Además, escribir sobre ETA con ETA autodisuelta —por aniquilación policial y judicial previa— es mucho mejor, a efectos de interpretar en todo su recorrido esa aventura y poder constatar su equivocación, su inoportunidad y, especialmente, su inutilidad trágica.

— Esta novela merece uno de los mejores elogios que se le puedan dedicar a cualquier libro: sin caer en ningún tipo de indulgencia con los etarras, no rehúye la poliédrica realidad. Como la vida, está lejos de ser en blanco y negro, sobre todo a la hora de describir la Guardia Civil de esa época: abnegada y heroica en la lucha antiterrorista y a la vez con episodios de excesos, abusos de poder y hasta conatos de tortura a detenidos. ¿Fue muy duro para el guardia civil honorario Lorenzo Silva escribir esos pasajes?

Antes que guardia civil honorario, condición de la que me honro y que agradezco, soy escritor y cuando hago una novela mi lealtad primera es hacia mí mismo y hacia el lector. A diferencia de otros, no me gusta despachar a nadie, ni siquiera a quien no me cae bien, bajo el trazo grotesco de una caricatura, y no siento la necesidad de buscar excusas y justificaciones a todas las acciones de quienes siento más cercanos, incluso cuando cometen abusos o errores manifiestos. La literatura no busca el voto, ni siquiera la venta. Su deber es para con la verdad que percibe quien la hace. Y si a veces escuece, incluso si le escuece al que escribe, está más cerca de alcanzar su objetivo.

— Otro elemento que sobrevuela estas páginas es el componente machista y homofóbico de una banda terrorista que tanto se ha intentado autoproclamar como idílicamente revolucionaria y libertaria. ¿Qué indicios encontró sobre este tema en sus investigaciones?

Bueno, machistas y homofóbicos en los ochenta y noventa éramos en alguna medida todos, como hijos de una sociedad y una cultura que postergaba a la mujer —hasta el extremo de privarla de derechos civiles— y que consideraba a quienes experimentaban una atracción hacia personas de su mismo sexo como desviados o incluso enfermos. Nuestro filtro, quisiéramos o no, veía en alguien con tendencias homosexuales una persona sospechosa y que a priori no era del todo de fiar. Y de eso, aunque se quiera mostrar otra cosa, no estaban exentos los terroristas, que además debían velar por una seguridad que alguien con gustos sexuales no convencionales podía comprometer. Conozco en concreto un caso, dentro de ese mundo, de un homosexual —ya de una edad— que vivió en el armario hasta casi la disolución de ETA antes de hacer visible la relación con su novio.

— El gaditano Álamo («alias Moro»), compañero de Bevilacqua en sus inicios, resulta un personaje controvertido. Sin embargo, es él quien pronuncia una reflexión sobre el papel de la Guardia Civil, y en particular de muchos guardias humildes, procedentes de otras regiones de España: «Al final, Gardelito, los salvamos de ellos mismos. Los tontos de Cádiz, o de Orense o de Salamanca o de Badajoz, que fuimos allí a ponernos a tiro, les dimos la paz esa que tienen ahora, sin el miedo que se los comía por las patas cuando tú y yo estábamos allí. No nos lo van a reconocer nunca, así que nos lo tendremos que decir nosotros». ¿Cree que la historia (en mayúsculas y en minúsculas) le dará la razón?

No soy bueno haciendo predicciones, el futuro siempre está sometido a demasiadas incertidumbres como para que ese deporte no sea de alto riesgo, pero a veces, en la vida, quien menos esperamos nos da una lección, y quien parece menos indicado para enseñarnos algo nos ilumina. Que los vascos estarían en deuda con los guardias civiles si se acababa con ETA ya lo dijo Mario Onaindía, que militó en la organización, y lo ha repetido recientemente, ya sin el condicional, otro antiguo miembro de ETA, Teo Uriarte. A lo que dice Álamo en la novela, Bevilacqua apostilla que quizá el diagnóstico sea algo más complejo, pero no le contradice frontalmente. Y yo tampoco lo haría.

El escritor Lorenzo Silva, fotografiado por Adolfo Barroso, de El País. (Fotos cortesía de la web del autor, publicadas con autorización).

— ¿Qué papel cree usted puede desempeñar el relato, sobre todo el de las víctimas, en la deslegitimación social plena del terrorismo y la violencia?

Un papel muy importante. Si dejas el hueco, lo rellenan otros, a veces con verdaderos esperpentos. Lo hemos podido ver recientemente, en relatos audiovisuales donde terroristas que han dado el paso de justificar y cometer el asesinato por la espalda salen pintados poco menos que como apóstoles, y los que se fajaron por los derechos y libertades de todos, como borricos que sólo torturan, destrozan casas para registrarlas —¡delante de una secretaria judicial!— y magrean a las chicas en los controles. Hay que salir al paso de esa visión burda, mendaz y no exenta de ruindad y perversión.

— Como bien sabemos sus lectores, Rubén Bevilacqua y su creador Lorenzo Silva, parecen compartir un alma muy musical. ¿Qué canciones integran la banda sonora de esta novela? ¿Hay en ellas lugar para la esperanza?

Hay unas cuantas, y yo creo que muchas de ellas invitan a la esperanza, como nos invita el hecho de que aquellos que quisieron mandar en una sociedad a punta de pistola y con las herramientas de la opresión mafiosa sean ya hoy historia y todo lo que les quede a quienes les apoyaban es tratar de tergiversar esa historia blanqueándolos. Esto es antipático, pero resulta mucho menos dañino que aterrorizar a la gente. Destacaría dos, el Always On My Mind  de Elvis —no podemos, no debemos olvidar a quienes cayeron ni a quienes lo dieron todo por defendernos— y el Hemen gaude, de Ken Zazpi, una canción que habla de los presos de ETA, desde una sensibilidad que es más afín a ellos que a la de quienes los combatieron, y que empieza diciendo algo así como «quizá desde el principio estuvimos equivocados». No es un mal comienzo, para un camino de verdadera reconciliación.

— ¡Muchísimas gracias!

A vosotros.