VICENTA MACÍAS CARNACEA: EL CORAJE DE UNA ANDALUZA

POR: Lidia Señarís

Aunque para quienes la conocimos nos parezca increíble, este 5 de febrero Vicenta Macías Carnacea dijo adiós a la vida a sus 85 años, tras catorce días en un hospital de Huelva, arropada en todo momento por el inconmensurable cariño de su inseparable hija Aurora y tras un año sin ver a sus amigas cercanas, ni tampoco a su otra familia de la Asociación Andaluza Víctimas del Terrorismo, debido a las circunstancias de la pandemia.

Luego de batallar contra un cáncer, una fractura, una cirugía, su cuerpo no pudo más.  Pero su espíritu guerrero y vital no se ha rendido, porque Vicenta es de esos seres luminosos que siempre nos acompañarán.

Flores de intenso color y vitalidad para nuestra Vicenta.

Viuda de César Pinillas Sanz, jefe de la Policía Municipal de Munguía, Vizcaya, a quien cinco criminales de ETA mataron de un cobarde tiro en la nuca justo a las puertas de su casa la noche del 12 de febrero de 1979, Vicenta llevaba en aquel momento 18 años en el País Vasco (los últimos ocho en Munguía), siempre al lado de su esposo, con quien tenía una niña de apenas 18 meses, Aurora del Rocío Pinillas Macías. Y desde el primer minuto posterior al atentado comenzó su propia lucha, por criar sola a su hija y por salvaguardar la memoria de su compañero asesinado.

Una lucha por la vida y en ocasiones incluso contra la estrechez y la mezquindad de algunos sectores de la sociedad y de las propias instituciones. Ella misma nos lo contó en una entrevista en Andalupaz hace ya años, con esa vitalidad y esa expresión «sin pelos en la lengua» que tanto la caracterizaron: «Cuando yo leo el certificado de defunción, ya aquí en Andalucía, el juez ponía que había sido una muerte por arma de fuego. Yo me fui enseguida para Bilbao, bueno, en cuanto pude reaccionar, porque inicialmente yo no estaba en el mundo… Y me fui a ver al juez y le dije: “mi marido ha muerto con un tiro de la ETA en la nuca y usted me tiene que poner que a mi marido lo ha matado ETA”».

Esa fortaleza de carácter y esa batalla vital la llevó a vincularse desde muy temprano con las asociaciones de víctimas, tanto en Madrid como en Andalucía, y a convertirse en la delegada de nuestra AAVT en Huelva y posteriormente en vocal de la Junta Directiva.

Para ella, la Asociación Andaluza Víctimas del Terrorismo siempre fue lo más grande y hermoso. Así nos lo confesó en ocasión del XX aniversario de la asociación en el año 2015, cuando estábamos recogiendo testimonios para el libro Una pelea andaluza contra el terror. Historia y Memoria de la AAVT. Aún conservamos la grabación digital de su animosa voz hablando sobre la asociación: «Para nosotros es lo más importante que hay. Yo siempre que he podido he venido a todas las jornadas anuales y todas las actividades que he podido. No he faltado nunca. La asociación ha sido para mí lo mejor que me pudo pasar. En realidad, es muy buena esa sensación de que estás luchando por algo. A mí me apuntaron en la asociación

de Madrid hace ya 30 años, aunque nunca he puesto un pie allí. Y en cuanto se fundó la asociación andaluza, me incorporé. Aquí hemos tenido una armonía muy buena, hemos conocido a muchas víctimas. Y eso es muy importante, conocer a mucha gente que ha vivido lo mismo que tú; he conocido a muchísimas personas».

«Hace 20 años ese grupo con el que empezamos la asociación éramos realmente una familia, que ahora ha crecido muchísimo. Siempre íbamos a todos los sitios juntos, con una armonía muy especial y nos contábamos la historia como la habíamos vivido. Yo me acuerdo de que el grupo inicial éramos unas pocas decenas. La gente no te comprende hasta que no ha vivido lo que tú. Yo estaba con una depresión grandísima y mi niña muy chica y en el colegio de ella se volcaron todas conmigo, no me dejaban sola y a partir de allí ya conocí el trabajo de la asociación, y me incorporé…».

En momentos tan duros, su hija Aurora, también muy activa dentro de la asociación, nos relató algunos detalles de los últimos días de Vicenta, que retratan a la perfección el espíritu indomable de esta andaluza, quien reía y conversaba con la doctora incluso momentos antes de que la llevaran al hospital y cuyo corazón seguía aguantando porque ella no se quería ir. Aún sedada con morfina, se estaba levantando de la cama para regresar a casa.

Todo ocurrió en el peor momento, en medio de esta pandemia de virus pero también de soledad, y en un mes especialmente simbólico para la familia, pues el 7 de febrero, tan sólo dos días después del fallecimiento de Vicenta, era el cumpleaños de su hija Aurora, realmente su inseparable cómplice de todo tipo de aventuras: «A donde iba ella, iba yo y al revés. Ni ella sin mí, ni yo sin ella. Toda la vida». Y el 12 de ese mismo mes se cumplía el 42 aniversario del asesinato de César Pinillas.

La pandemia impidió que sus compañeros de tantos años y andanzas de la AAVT pudieran despedirse de Vicenta, ni en el hospital ni el tanatorio. Fue muy duro para todos y en especial para el presidente de la AAVT, Joaquín Vidal, por el cariño fraterno y la admiración que siempre se profesaron mutuamente. «Joaquín me llamó llorando, muy afectado, —cuenta Aurora— pero le dije que no llorara, que buscara el mejor vino que tuviera en casa y se tomara una copita para festejar que después de 42 años, mi padre y mi madre al fin estaban de nuevo juntos».

En el tintero se nos queda uno de los mensajes que Vicenta nos dejara en aquella última entrevista: «Tenemos que seguir luchando por la memoria de nuestros seres queridos, que nos los arrebataron sin preguntarles si se querían ir, y nos quitaron un trozo de nuestro cuerpo».

Pues, eso, a seguir luchando.

¡Hasta siempre, querida Vicenta!